Betiana Tkaczyk
13 de agosto de 2009
Analiza la distancia del
vertebrado,
se refriega la cara.
No es por resignación el empeño de
no mirar.
Sus ojos se están quemando.
Tiéntate tú.
Júzgala tú.
Clávale la distancia.
Desángrala y desángrate.
No tiene y no tienes más tiempo.
Sus sueños están siendo devorados.
Sus ojos se queman cada noche.
Y al despertar por la mañana,
un nuevo rizito suave, ondulante y
cobrizo
dispone de sus cabellos.
La transformación es inmanente,
y la esencia un viaje de algún siglo.
La niña sin ojos vende pájaro.