jueves, 7 de febrero de 2013

Me quedo un ratito y parto.

Betiana Tkaczyk
6 de febrero de 2013

A treinta y ocho metros de distancia de la puerta se desata una tormenta que lava, imprevistamente, en algún lugar lejano, sus restos.
Mientras avanza, llave en mano, lo ve, imaginariamente, doblar la única esquina de la que nadie ha vuelto jamás.
Sigue lloviendo a cántaros afuera y ella aprovecha su rostro mojado y la alergia, para mostrarle al mundo que ya no llora con ojos de pequeña, que sus ojos son grandes.
Parada frente a su puerta, a punto de elegir la llave con la cual abrir, y con un puñado de vivencias mareadas en la otra mano, vuelve a mirar hacia la esquina. Sabe desde siempre que estaría vacía un día como hoy, no le sorprende. Mira el cerrojo y se da cuenta que el misterio está escrito en la forma.
La pulsión más fuerte, tan fuerte, es la de muerte, y entonces, qué, porqué, se pregunta: Un montón de vida toda junta que dio miedo, se responde, luego, en otro tiempo. Pero no ahí. Por ahora ellos soñando, destruyendo, creando, riendo, pulsando, grabando los años de su edad intensa en la propia sangre, que sólo ella fue perdiendo, involuntariamente, mes a mes, mientras se regeneraba nueva. Hubo el tiempo franco. Hubo el tiempo salvaje. Hay, ahora, la forma del cerrojo misterioso, qué, porqué, se pregunta. Habrá el tiempo nuevo, para contestar, si cada cosa sabe como parece de antemano, o si esa especie de arrogancia que es vivir, pulsa en cada interior, desde siempre, solamente el conocimiento que para cada uno la vida avista. Hasta habrá tiempo para enterarme qué pienso de eso, dice, y elige la llave correcta, en un impulso, logrando abrir la puerta.
Entra. Camina. Se encuentra con la jirafa. ¿Porqué habrá dejado esto, entre todo lo posible? Allí dentro, la jirafa de sanguina, sonriendo contenta, flotaba sobre un negro intenso de espesura, igual a la del dibujo que él una vez le regaló. Recuerda que así eran sus chistes de entonces, mezcla de sarcasmo, sensibilidad, humor negro, conocimiento, dulzura, y fundamental delirio. Nunca más nadie volvió a tener un humor que la haga reír tanto. Y en ese espacio, ahí, juntos, vieron todas las vidas y muertes propias y ajenas, desatando la furia incontenible. La de ellos, la del entorno, y la que no se imaginaron. De todas las muertes que ella veía en él, porque no puede decir que no sabía lo que a él algún día le sucedería, la única que nunca pudo ver, fue su muerte literal. Y entonces él le regaló, por esa terrorífica inocencia, en un tiempo lejano, de modo igual de irracional, el dibujo que ella otrora no pudo entender, ni él tampoco. Se quedó un ratito en silencio, descifrando, pero parecía tarea absurda, y a ella que le cambiaba la sangre, se le fue perdiendo la noción.
Entonces ahora, después de la noticia, fue el instante donde deseó al viento que él hubiera menstruado alguna vez, pues tal vez entonces, él también hubiera imaginado un canto para cada ciclo, la banalidad de cualquier cuento posible cuando ya todos los cuentos están contados, lo que significa andar parado, haciendo lo indescifrable para abrir la puerta justa, resolviendo el misterio del cerrojo con sólo dar con el impulso exacto. Y resulta que ella estaba ahí, junto a sus llaves, un puñado de experiencias mareadas, y la jirafa de sanguina en la negra espesura. Y él dónde. Levantó la vista y vió que detrás del animal había otra puerta, que a la vista de ella, no tenía cerrojo ni picaporte, ni nada en el espacio con lo cual tirarla abajo. Algo totalmente en contra de su mente de bolcego rebelado, pero así era la cosa. Quizás estás allí dentro, si estás quiero entrar, pensó; pero luego supo que no podría, por el momento.
Ya él fuera,
ya ella dentro,
se encontraron,
allí,
igualmente impalpables.
Entonces ella, sin saber ni por remotas tapas cuál era su condición allí, dijo: "Así y todo me quedo un ratito porque luego, bueno... -se sonrojó- parto."
Y él respondió sin cuerpo: "No esperaba menos de una jirafa de sanguina contenta en la negra espesura."
Ella rió y lloró en simultáneo, y fue la única. Luego agregó: "Te dejo las llaves para siempre".
"Faltaba menos", contestó él. 
Salió más cerca de su vida, la vez había comenzado, y sin saberlo.