sábado, 20 de octubre de 2012

Pagadios

Betiana Tkaczyk
octubre de 2012


Ahora soy cómplice,
pero ojo,
hasta el mes pasado no lo era.
Quería ser bebé
algo parecido a la muerte que recién empieza en la vida.
Sin conciencia del límite de tiempo
del límite de espacio
del límite de ideas
del límite de palabras.
Algo parecido a la eternidad sin poder imaginarla.
Algo parecido a dios sin creer en dios.

Y se cierra la noche en el sueño.
Y fum. Adentro.
Auto-eliminación temporal,
lo llamo.

¿Algo parecido a la libertad?
Puede ser.

Probemos a ver que onda,
mirá,
ahora estoy escribiendo estas líneas,
soy libre de ensueño
mientras elimino mi yo temporalmente
para qué
para dar algo más que mí a secas
entonces escribo:
El amor después de la muerte del amor
¿te das cuenta?
Ahí tenés una idea (y ni yo la comparto).
Podría haber sido,
pero en vez de esa,
fue que deseaba ser bebé.

Y si la lucidez me acompaña
firmo mi texto
mientras guiño el ojo y digo:
"Hola,
juguemos a que me hago eterna
que soy dios."
Me dura un instante la certeza
y está fuera de peligro el sueño.
Y al ratito me olvido
porque sé que la muerte es la única certeza
entonces hago otra cosa
cualquier cosa
cosas de todos los días
como cepillarme los dientes
ir a trabajar
tomar agua
o escuchar una canción.
Pero ese día no.

¡Esto es un asalto!, gritó la vida entonces.
Me quedé sin voz física.
Parálisis temporales en el cuerpo.
Vino el médico.
Me recetó 72 hs de silencio
y yo me reí.
¿Qué otra cosa puedo hacer?
No le puedo explicar que ahora soy bebé
que por eso estoy muda
que es probable que pronto sea nada
perdiendo poco a poco todas las facultades
en un viaje de vuelta
que empecé el día que,
nomás,
se me ocurrió la idea
y no la escribí.

Entonces le anoto al doc en mi laptop:
"Si hubiera acertado, ido más lejos con el sueño, me estarías recetado silencio tallado en una lápida.
Por suerte soy de cultura onírica tardía y, por lo tanto, algo imprecisa."

Él piensa un rato
y me da dos días más de reposo.
Lo sé, no entendió nada
puedo verlo en su rostro pragmático.
Entonces dice que tengo estrés.
Bien ahí, doc (no se lo digo)
siempre me dan gracia los que apalabran cosas que no sean la muerte
entre hálitos de alguna purpurina certeza.
Bien ahí por tus enfermedades sin nombre
tus ganchos con sellito
tus recetas de mago
y la soberbia de tu especie que tanta falta nos hace.
(No se lo digo,
soy un bebé equivocado -supuestamente-
además no tengo batería en la laptop
la pantalla se apagó
y tiré todos los papeles y biromes la noche anterior)
Saludo muda y educada.
Se va el doctor.

¡Esto es un asalto!,
vuelve a repetir la vida
con pudor en sus mejillas
el corazón palpitando a simple vista
apuntándome con un tramontina sin filo
haciéndose la que no le gusta que se mofen de ella
y por si no la escuché
y por si no le creí
con los ojos inyectados de lágrimas
vuelve a repetir
¡Esto es un asalto!

Tranquila,
le digo,
generalmente me dejo robar con total aceptación.
¿Acaso no le llaman a eso haber perdido el sueño?
¿Acaso no le llaman a eso estar adaptado?
Y le explico:
todo lo que tengo es tuyo,
todo lo que no tengo es tuyo,
y no me refiero a lo material, ¿sabés?
todo lo que quieras tomalo
pero no me asaltes
por una sola razón
no es necesario.
Y bajá ese tramontina sin filo
que me voy a reir con carcajadas mudas
y eso es demasiado gracioso para un poema como este.

La vida bajó el cuchillo sin decir nada.
Nos fuimos a comer un sánguche de milanesa
y nos tomamos una birra
en un bar cualunque de cualquier barrio.
Anotamos nuestro pedido en la servilleta.
Y nos juramos cómplices en los próximos delitos,
la vida y yo.
Luego hicimos nuestro primer trabajo
este pequeño Pagadios.
Ahora,
por suerte,
somos prófugas del blog.

sábado, 13 de octubre de 2012

Alergia

Betiana Tkaczyk
13 de octubre de 2012



Por la mañana salió de su casa, rumbo al trabajo, como siempre. Se paró ante el tilo enfrentado a la puerta del edificio. Pensó que hacía tiempo que este árbol no le daba alergia. Que no sería ese el motivo de su mudanza. Que cuál sería el motivo entonces. Por la tarde el tilo murió. Pero una cosa y otra no tuvieron nada que ver. Ella vive en un mundo racional. No es novedad.
Pasó el tiempo. Los vecinos no se dieron cuenta que el tilo estaba muerto, pues ninguno había sufrido de alergia en su vida. Ninguno se había dado cuenta que el árbol, algún día, fue plantado. Tampoco festejaron la sombra que daba la copa en verano. Dicen que viven como sea en el mismo lugar. Que pueden soportarlo. A ella le parecen extraños. No se los dice, ojo. Ante todo la sonrisa. Ella vive en un mundo racional. No es novedad.
La municipalidad nunca fue a sacar el árbol a pesar de los reclamos, de la figuración exagerada que ella les daba de lo que significa un árbol muerto. El tilo lo había puesto un vecino en la clandestinidad y sin declararlo legalmente, y entonces el árbol no estaba. El tilo no existe. No está registrado, no está. Aunque esté. Ella lo entendió, aunque no lo comparta. Vive en un mundo racional. No es novedad.
Alguien que no duró mucho en el barrio había plantado el tilo. Ella lo había visto cuando lo estaba plantando. Por entonces no supo que los tilos le daban alergia. Él tampoco. Ella lo descubrió mientras le daba la afección. Muchas veces ella salió a trabajar con la nariz chorreando agua. Gastó fortunas en pañuelos para lágrimas y mocos. Había días que sus ojos estaban tan nublados que no podían ver ni su nariz. Pensó varias veces para qué vivo acá. Pero lo soportó. Lo aguantó. Es fuerte. Un día cualquiera se dio cuenta que se le pasó. Ese día el árbol murió. Nadie se dio cuenta que el árbol estaba muerto. Nadie lo quitó. Ella vive en un mundo racional. No es novedad.
Tiempo después se mudó. No se puede vivir entre árboles muertos. Mientras entraba a su nueva casa, encontró a quien había plantado el árbol. Esta vez él sacaba la basura. 
¿Qué hacés acá?, dijo ella. 
Soy alérgico a los tilos, respondió. 
Ya podes volver a tu barrio. El árbol murió.
¿Y qué hago con la basura?
Ella nunca respondió.