sábado, 13 de octubre de 2012

Alergia

Betiana Tkaczyk
13 de octubre de 2012



Por la mañana salió de su casa, rumbo al trabajo, como siempre. Se paró ante el tilo enfrentado a la puerta del edificio. Pensó que hacía tiempo que este árbol no le daba alergia. Que no sería ese el motivo de su mudanza. Que cuál sería el motivo entonces. Por la tarde el tilo murió. Pero una cosa y otra no tuvieron nada que ver. Ella vive en un mundo racional. No es novedad.
Pasó el tiempo. Los vecinos no se dieron cuenta que el tilo estaba muerto, pues ninguno había sufrido de alergia en su vida. Ninguno se había dado cuenta que el árbol, algún día, fue plantado. Tampoco festejaron la sombra que daba la copa en verano. Dicen que viven como sea en el mismo lugar. Que pueden soportarlo. A ella le parecen extraños. No se los dice, ojo. Ante todo la sonrisa. Ella vive en un mundo racional. No es novedad.
La municipalidad nunca fue a sacar el árbol a pesar de los reclamos, de la figuración exagerada que ella les daba de lo que significa un árbol muerto. El tilo lo había puesto un vecino en la clandestinidad y sin declararlo legalmente, y entonces el árbol no estaba. El tilo no existe. No está registrado, no está. Aunque esté. Ella lo entendió, aunque no lo comparta. Vive en un mundo racional. No es novedad.
Alguien que no duró mucho en el barrio había plantado el tilo. Ella lo había visto cuando lo estaba plantando. Por entonces no supo que los tilos le daban alergia. Él tampoco. Ella lo descubrió mientras le daba la afección. Muchas veces ella salió a trabajar con la nariz chorreando agua. Gastó fortunas en pañuelos para lágrimas y mocos. Había días que sus ojos estaban tan nublados que no podían ver ni su nariz. Pensó varias veces para qué vivo acá. Pero lo soportó. Lo aguantó. Es fuerte. Un día cualquiera se dio cuenta que se le pasó. Ese día el árbol murió. Nadie se dio cuenta que el árbol estaba muerto. Nadie lo quitó. Ella vive en un mundo racional. No es novedad.
Tiempo después se mudó. No se puede vivir entre árboles muertos. Mientras entraba a su nueva casa, encontró a quien había plantado el árbol. Esta vez él sacaba la basura. 
¿Qué hacés acá?, dijo ella. 
Soy alérgico a los tilos, respondió. 
Ya podes volver a tu barrio. El árbol murió.
¿Y qué hago con la basura?
Ella nunca respondió.

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